Seamos claros:
en todas las encrucijadas te has elegido a tí.
Querías enseñar sin aprender,
vaciar el vaso antes de haberlo llenado,
recoger el fruto antes de plantar la semilla.
"Miradme. Sé hacer esto, o esto otro. "
"Miradme. He conseguido aquello, o lo de más allá. "
"Miradme."
No eras feliz.
Y aquí estás, ante un desierto poco cuidado.
El viento desordena tus montañas de arena,
mientras,
en el jardín de tu vecino, el mismo sol,
hace crecer las mismas semillas
que tú plantas.
Pero en tu parcela no germinan.
Qué estarás haciendo mal. Qué injusticia más grande.
Apilas ojalás en una pira de reproches para calentarte por las noches.
Recoges cenizas, plantas excusas, riegas poco y vuelta a empezar.
Y aun así, el desierto no responde.
Qué injusticia.
Morir atrapado en uno mismo,
ser la llave y el candado,
morir infeliz y solo.
Qué tristeza nunca darse cuenta de que
buscando que el resto te vea,
has perdido tu color;
buscando que el resto te escuche,
te has quedado sin voz.
Y encerrado en el sistema del eco,
eres un ecosistema cerrado.