lunes, 26 de noviembre de 2012

¿Quién eres?


La lluvia martilleaba el cristal con un tintineo incesante. Llevaba días sin parar de llover.  En una esquina, un reloj amarillento intentaba hacerle competencia con su tic tac. El segundero seguía dando vueltas, pero las otras dos manecillas, impasibles, sólo marcaban las 5. Llevaban siendo las 5, meses, años tal vez. Nunca lo sabría. El tiempo no corría entre esas cuatro paredes de cartón.
Bajó la mirada hacia el libro y siguió fingiendo que leía. Recorría con los ojos las letras y palabras, pero en su cabeza no se formaban las imágenes, no conseguía verlas. En lugar de eso le venían a la cabeza los ojos verdes, esos que le esperaban en cada esquina como queriendo habitar todos y cada uno de sus recuerdos. "Vaya mierda".

Frustrado, dejó el libro abierto encima de la mesilla de madera y, mientras se calzaba, subió el volumen de la radio. Un poco. Para llenar el silencio.
Aunque no oyese los disparos, afuera debía de estar muriendo mucha gente. El noticiero iba de esquela en esquela, como si la muerte fuera la auténtica protagonista de la vida. El mal nunca descansa, decía el abuelo. "Tampoco las buenas personas" solía pensar él.

Apagó el cacharro con un golpe violento, cogió la chaqueta de la silla y, disponiéndose a salir, se miró por primera vez en días en el sucio espejo. Diría que su reflejo le devolvió la mirada, pero no había nada que devolver.
Salió a la calle arrastrando su sombra y sin ningún objetivo claro, improvisando. Se paró medio instante y, metiendo las manos en los bolsillos de la chaqueta, echó a andar bajo la lluvia. "Por unas gotas de nada"

 A excepción de algunos coches solitarios, la calle estaba completamente vacía. Había charcos hasta donde alcanzaba la vista, puede que tantos como lagunas en su mente... Porque no recordaría jamás un cumpleaños o un nombre pero nunca conseguiría deshacerse de lo que quería olvidar... Y esos inquietantes ojos verdes...

 A medida que caminaba sin rumbo fijo, todo iba perdiendo su color, atenuándose como si se estuviesen gastando las pilas del mundo, como si la lluvia desgastase gota a gota las paredes y el gris fuera el único superviviente.
¿A dónde vas?
Esos ojos...
¿De dónde vienes?
...verdes verdes. Y cálidos.
"¿A dónde vas?¿De dónde vienes?" repitió la voz. Alzando la vista se dio cuenta de que alguien le estaba hablando. Unos ojos que aún no habían perdido del todo su color, le miraban. No eran ellos. Eran oscuros casi negros. Pero reconfortantes como un chocolate caliente o una tarde junto a la chimenea. Tanto que le hicieron pararse. Al principio no supo contestar, pero se decidió:
"Busco los ojos" respondió enigmático.
La chica no dijo nada. Pareció comprender.
Silencio.
"¿Necesitas ayuda?" inquirió. No era una pregunta, era una afirmación. Y ambos lo sabían. Sin esperar respuesta echó a andar y continuó."¿Quién eres?"
Extrañado la comenzó a seguir. Movido por algo, curiosidad tal vez.
"¿Yo? Me llamo..."
"No quiero tu nombre. No importa" Le cortó tajante. Y con una sonrisa repitió la pregunta. "¿Quién eres?"
Le estaba tomando el pelo. No había otra explicación. ¿Si no quería su nombre qué quería? Algo desconcertado, trató de seguirle el juego.
"Pues no sabría decirte, aquí me tienes. Soy esto." dijo dándose dos palmaditas en el pecho.
"El qué, ¿un cuerpo?.........¿Un envase?" Se adelantó un poco y añadió "¿Eres una cáscara vacía?"
¿De dónde había salido esa chica? Siguieron andando juntos. Hablando. Cruzando avenidas, parques, puentes... Apenas notaba ya la lluvia.

Pasaron junto a una tienda cerrada de electrodomésticos. La chica se paró y señaló hacia dentro. Él siguió el dedo con la mirada.
SE TRASPASA ponía en el cartel. A través del ventanal apenas se veía algo. Demasiado oscuro. Las gotas  en el cristal echaban carreras por ver quién llegaba antes al suelo. Si la chica no se hubiese parado en esa tienda, él habría pasado de largo sin fijarse. Nada que llamase su atención en especial. Nada.
Veía su reflejo. Su rostro demacrado y sus ojeras. No sabía quién era, pero sí quién estaba siendo; un espectro. Un eco lejano de sí mismo. Alguien que, desde luego no quería ser. Entonces, empezó a brotar en él la idea de que tenía que cambiar. Fuera como fuera.
"Sea lo que sea lo que estés buscando, encuéntrate antes a ti mismo."
Y se dio cuenta de que, mientras habían estado hablando, los colores habían vuelto poco a poco a su sitio, y que la chica de ojos negros como la noche... tenía en realidad los ojos verdes.

martes, 13 de noviembre de 2012

"Las pasiones humanas son un misterio, y a los niños les pasa lo mismo que a los mayores. Los que se dejan llevar por ellas no pueden explicárselas, y los que no las han vivido no pueden comprenderlas. Hay hombres que se juegan la vida para subir a una montaña. Nadie, ni siquiera ellos, puede explicar realmente por qué. Otros se arruinan para conquistar el corazón de una persona que no quiere saber nada de ellos. Otros se destruyen a sí mismos por no saber resistir los placeres de la mesa... o de la botella. Algunos pierden cuanto tienen para ganar en un juego de azar, o lo sacrifican todo a una idea fija que jamás podrá realizarse. Unos cuantos creen que sólo serían felices en algún lugar distinto, y recorren el mundo durante toda su vida. Y unos pocos no descansan hasta que consiguen ser poderosos. En resumen: hay tantas pasiones distintas como hombres distintos hay. 

La pasión de Bastián Baltasar Bux eran los libros. 

Quien no haya pasado nunca tardes enteras delante de un libro, con las orejas ardiéndole y el pelo caído por la cara, leyendo y leyendo, olvidado del mundo y sin darse cuenta de que tenía hambre o se estaba quedando helado... 

Quien nunca haya leído en secreto a la luz de una linterna, bajo la manta, porque Papá o Mamá o alguna otra persona solícita le ha apagado la luz con el argumento bien intencionado de que tiene que dormir, porque mañana hay que levantarse tempranito... 

Quien nunca haya llorado abierta o disimuladamente lágrimas amargas, porque una historia maravillosa acababa y había que decir adiós a personajes con los que había corrido tantas aventuras, a los que quería y admiraba, por los que había temido y rezado, y sin cuya compañía la vida le parecería vacía y sin sentido... 

Quien no conozca todo eso por propia experiencia, no podrá comprender probablemente lo que Bastián hizo entonces."