Lo desconocido era
aquello que no encontraba en mis bolsillos,
la distancia asomaba en
el filo de cada palabra,
los felinos bostezaban en
las revistas
y un mar de piedra
recubría la luna.
El teclado escribía
kjwngwv lo que quería,
al teléfono sólo llegaban
mensajes que no eran para mí,
una sonrisa perdía color
en el sepia de las fotos
y al otro lado del mundo
alguien repartía el correo en trineo.
Un ‘joder, que bonito’
esculpía una esfinge,
el teléfono presidencial
callaba en su mesa,
dos espadas se enlazaban
en la tinta de un escritor
y medio planeta miraba a
su otra mitad vía satélite.
La carcajada era el alquiler
de una pizca de vida,
una naranja era exprimida
con zuma delicadeza,
olfato y gusto cambiaban de sentido en labios
distintos
como dos manos encajan opuestas
en un saludo.
Los casquillos se
amontonaban oxidados
entre montañas de discos
de música de antes,
el aire era sólido pero se
derretía
en el eco de un ángel
cantando ‘What a Wonderful World’
a capella.
Y un día inusualmente tranquilo,
como un prado sembrado de
gaviotas alzando el vuelo
un obús interrumpía una
fiesta,
el suelo cerraba las
copas en un golpe de cristal y no de efecto
y tu hermana o tu padre eran
portada de una guerra que no aceptaba devoluciones.
Entonces, venía a la
mente la sombra de un cisne
las estadísticas de los
márgenes de los libros de historia
las hectáreas de flores
arrancadas para fabricar petróleo
el marfil que no vale la
muerte del elefante.
Y todo era asquerosamente
normal,
así como el trote agolpado
de la injusticia.
Cómo duele lo que no sale
en los periódicos.
Yo esta guerra no la he firmado en ningún sitio.
1 comentario:
Duele duele esta normalidad!
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