lunes, 4 de febrero de 2013

Las palabras aún existen

Odiaba las hojas en blanco porque eran palabras no escritas. Prisioneras que se agolpaban en su cabeza desordenadas y silenciosas esperando el pistoletazo de salida para echar a volar y estrellarse contra los barrotes........... porque las cosas escritas con las palabras adecuadas parecen mejores, pero las palabras son también sus mejores cárceles. Definir es limitar, y él se limitaba a definir.

Tal vez de vez en cuando alguna metáfora exhalaba su aroma al final de un verso, y alguna rima dejaba ver sus cadenas de oro azulado, pero nada era fruto de la casualidad. No decía las cosas porque fuesen bonitas, ni porque tuviesen que ser dichas, escribía fría y calculadamente aquello que necesitaba ser leído. Nada más. Él no era dueño de sus propias manos, como tampoco lo era del rasgar de la pluma contra el papel, sólo era un servidor de algo más grande e imposible de ser comprendido por un pobre escritor de renglones incoherentes. Era como si alguien tuviese un mensaje para ti que sólo tú podías descifrar.
Te miraba a veces. Te buscaba siempre.

Escribía:
 "La poesía debe ser certera, como un arma de fuego, y como tal tiene que quemar. Al tacto y a los ojos."
 Pero a él lo que le ardía era la sangre, pues sólo corría tinta por sus venas y no cabían  más infiernos en su corazón de papel ardiente.
Continuaba:
"Es el latir del poeta, lo que le empuja a escribir, y lo que enciende las mentes apagadas"
Pero no decía nada de la idea que empuja ese latir, ni de levantarse asustado por las noches con un verso incandescente entre los dedos, ni del placer asesino que produce un buen verso terminado...

Todo era tan sencillo en el mundo de las palabras, cada sensación tenía su nombre, cada detalle su contenido...  Allí la verdad y la mentira eran la misma cosa: palabras.
Aquí no.
Aquí esa magia nacía de los labios. Sí. Pero se agotaba en los oídos sedientos de algo más que palabras.
Crepitaba susurrante en las páginas abiertas. Sí. Pero mientras que algunas historias se entremezclaban en los ojos furtivos de quien las leía, otras eran utilizadas como excusas, como dardos, como gritos en defensa de nada, como promesas que no se iban a cumplir.
Aquí todo era distinto. Más difícil, más real.

 Él era muy consciente de que nada se podía encerrar en libros ni en retinas y por tanto, nunca podría describir del todo sus pensamientos... pero aun así, cada vez que terminaba y levantaba la pluma tras el último retoque, se daba cuenta de que, fuese don o maldición, escribir era llamar a este mundo por su nombre, magia, y darle un sentido a toda esta vida carente de ella.

Escribir era lo que le hacía sentirse vivo.