viernes, 21 de junio de 2013

La edad del sol

Se te acaba el mundo al final de los dedos,
pero no te asustes
que aquí regresa el viento a remover arena y cristales transparentes
de agua y nada, de nada y gracias
por algo insulso y deshabitado como es un día más
o un día menos,
cualquiera que sea el premio que crees que no te mereces

Lo que no te deja ver tu tristeza, te hunde aún más
de estrella celeste a estrella de mar y bajando,
coral, aún no has tocado fondo
y ya tienes los ojos tan claros que se te ve el alma...
te gotea por las mejillas
limpiando los poros azules de lo que dejas atrás.
A ver quién es capaz de sacarte de tu profundo
foso de dudas y remordimientos
de ahí no escapa la luz,
a ver quién pone nombre a la oscuridad que te trepa
las noches en vela
-porque aún se encienden de rabia-
a ver quién le dice ahora a tus sueños
que no existen cuando abres los ojos...


Sabes que nunca ha habido escalera tan larga como la esperanza
pero te duele el cuello de tanto mirar hacia arriba
y crees
que ya sólo queda esperar. Esperar. Esperar.
Como espera la luna paciente a que le alcance su reflejo,
mientras los pálidos pájaros de ala rota se funden
en los atardeceres a donde no llega el horizonte,
pues qué es el peso del tiempo para quien no vive,
qué es el futuro para quién no sabe a dónde va
dime qué hay más negro que el vacío de no ser.
Nada.
Nada importa.
Y el tiempo no duele cuando es vejez,
sino cuando es edad
la edad del sol.
La soledad.