lunes, 6 de abril de 2015

Cuatrocientos

Mi sobrina pequeña sabe contar hasta cuatrocientos. Bueno, es mentira, sabe contar hasta diez pero después da un salto hasta el cuatrocientos. No sé por qué exactamente ese número en concreto, pero me imagino fácilmente a su padre regañando a alguno de sus hermanos: ‘Te he dicho cuatrocientas veces que recojas tu cuarto’.

El otro día se acerca y me dice:
—Tío, cuando yo tenga cuatrocientos años, ¿me seguirás llevando a dar de comer a los patos?
Yo la miro y me pregunto quién será el que le diga que eso es imposible, que nadie vive tanto y que aunque para ella aún quede mucho, después del diez va el once.

Desde entonces me asalta una pregunta:
¿Sabernos mortales nos hace mortales?

sábado, 4 de abril de 2015

Cuando el sabio manco apunta a la Luna, el tonto no tiene dónde mirar.

Llevo varias noches con el mismo sueño. No se va, me espera entre ceja y ceja—en la dimensión en la que esperan los sueños a que te duermas— y cuando cierro los ojos, ahí está otra vez el conejo blanco peludo y esponjoso. Yo lo sigo—sí, todos los sueños lo sigo, por los visto en sueños tampoco aprendo— y él se va haciendo cada vez más pequeño en la distancia.
Me agoto corriendo y sudando, tanto que llega un momento en el que tengo que parar a tomar aire. Se ve que en mis sueños tampoco estoy en forma, ni en espíritu. Respiro encorvado con las manos sujetándome las rodillas para que no me tiemblen. El conejo es un punto casi, unas orejas sobresaliendo en el horizonte.
Lo doy por imposible y me concentro en mi respiración, doy una inspiración tan profunda que por un instante soy consciente de que es un sueño y noto el cuerpo real que me está soñando respirando al unísono conmigo.
El conejo aparece a mi lado, saca sosegadamente su reloj de bolsillo y mirándome me dice: “Es tarde”.
“Es tarde” me repite. “Es tarde”. Se aparece repetidas veces con un “Es tarde” en la boca mirándome desde distintos ángulos.  “¿Tarde para qué?” Grito yo, y me contestan todos a la vez: “Para…”

Entonces me despierto sudado en mitad de la frase. Miro el reloj cabreado porque ya hace quince minutos que debería estar saliendo hacia el trabajo. Y todo por el maldito conejo de Alicia.

miércoles, 1 de abril de 2015

Salmo a teo/ Salmo del triunfador perdido

Aquel que tiene un porqué
puede enfrentarse a todos los cómos. 
F. Nietzsche

En vano trabajan los albañiles
si no siguen los planos del arquitecto,
en vano acarrean comida las hormigas
si no saben dónde está su casa.

Inútil aquel que construye un puente
que empieza en su orilla y acaba en su orilla,
aquel que no apunta al disparar, que no se pregunta
a dónde va,
ni de qué está hecho, ni qué le mueve.

Inútil el que agranda su figura con espejos.

Pues todos esos serán brújulas grandes
con letras grandes y flechas grandes,
pero sólo darán vueltas.

Inerte el que avanza por inercia
y elige el camino fácil porque es fácil,
el camino cómodo porque es cómodo,
el camino recto porque se ve el final.

Ingenuo el que piensa que el sendero le dirá por qué camina,
pues el sendero no da el motivo
el motivo marca el sendero.

Y aquel que tiene un porqué
puede enfrentarse a todos los cómos.