No queda nada nuevo
por escribir, dicen algunos
y es cierto,
aún queda mucho
por escribir, dicen otros
y también es
verdad.
Pues todo vale
donde la mentira es cuestión de opinión
y el mal
tan sólo un punto
de vista.
Cada vez somos
más pequeños. Y es cierto.
Todo es cada vez
más grande
y también es
verdad,
pero en mi
opinión
no nos hundimos,
es el mundo
el que crece
y sube
y nos desgrana
con el roce
y nos encierra en
burbujas para que odiemos
las lágrimas,
las cascadas,
la lluvia
todo ese agua que
no existe si no cae:
para que
lleguemos a odiarnos
a nosotros mismos —aún más—
cuando nos
derrumbamos faltos de fuerzas
cuando descendemos
por gravedad
como edificios,
como castillos de
naipes, como meteoritos,
como el primer paso
de un niño que aún no sabe caminar.
Es el mismo mundo
el que nos inyecta
el vértigo en la
sangre
para que no
miremos abajo;
y olvidemos
el salvaje
estallido de
libertad
al estrellarnos.
¿Lo ves?
La belleza que
reside en el caer.
Ya la has olvidado.
Y es cierto.
Como también es
verdad justamente lo contrario.
Por eso,
a los dueños de la verdad absoluta,
a los dueños de la verdad absoluta,
me gusta verlos
pelear en el fango y perder
una y otra vez
contra sí mismos
No queda nada
nuevo por escribir, dicen.
Y es cierto.
Como también es verdad justamente lo contrario
Estoy aquí para demostrarlo,
Como también es verdad justamente lo contrario
Estoy aquí para demostrarlo,
aunque a veces odie
ese relativismo que destroza las ecuaciones
y ensalza la fría
sinceridad de las palabras
y sobre todo,
aquella voz
cascada de Bukowski
gritándome desde
la barra de todos los bares
que no hay poesía
para todos
y que
este poema
tampoco es mío.
Pero lo es.
Aunque no lo sea.
Y es verdad. O
no.
Pero a quién le
importa.
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