sábado, 3 de mayo de 2014

La cultura de lo acabado

No queda nada nuevo por escribir, dicen algunos
y es cierto,
aún queda mucho por escribir, dicen otros
y también es verdad.
Pues todo vale donde la mentira es cuestión de opinión
y el mal
tan sólo un punto de vista.

Cada vez somos más pequeños. Y es cierto.
Todo es cada vez más grande
y también es verdad,
pero en mi opinión

no nos hundimos, es el mundo
el que crece
y sube
y nos desgrana con el roce
y nos encierra en burbujas para que odiemos
las lágrimas,
las cascadas,
la lluvia
todo ese agua que no existe si no cae:
para que lleguemos a odiarnos
a nosotros mismos  —aún más—
cuando nos derrumbamos faltos de fuerzas
cuando descendemos por gravedad
como edificios,
como castillos de naipes, como meteoritos,
como el primer paso de un niño que aún no sabe caminar.

Es el mismo mundo el que nos inyecta
el vértigo en la sangre
para que no miremos abajo;
y olvidemos
el salvaje estallido de
                                                                          libertad
al estrellarnos.
¿Lo ves?
La belleza que reside en el caer.
Ya la has olvidado.

Y es cierto.
Como también es verdad justamente lo contrario.

Por eso,
a los dueños de la verdad absoluta,
me gusta verlos pelear en el fango y perder
una y otra vez contra sí mismos

No queda nada nuevo por escribir, dicen.
Y es cierto. 
Como también es verdad justamente lo contrario

Estoy aquí para demostrarlo,
aunque a veces odie
ese relativismo que destroza las ecuaciones
y ensalza la fría sinceridad de las palabras
y sobre todo,
aquella voz cascada de Bukowski
gritándome desde la barra de todos los bares
que no hay poesía para todos
y que
este poema
tampoco es mío. Pero lo es.
Aunque no lo sea.

Y es verdad. O no.

Pero a quién le importa.

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