La verdad es un libro de hielo encima
de un estante al que aún no ha llegado el hombre. O eso dicen. La gente mira
desde abajo y opina sobre el color de su lomo. Y trepan de estantería en
estantería, devorando libros o usándolos
como plataformas de salto y no como fuentes de lava hacia las que calentar las
manos.
Yo sólo digo: a lo mejor los
libros no tienen la respuesta si no que sólo formulan las preguntas adecuadas (benditas
preguntas). A lo mejor la verdad está aquí fuera, entre nosotros con lomo pero de
caballo y no crines de Times New Roman, y no la vemos porque miramos hacia
arriba para buscarla o hacia abajo para contestar al móvil. Quién sabe, a lo mejor le sucede como al
lenguaje, que lo cuidamos poco y cuando queremos decir ‘te quiero’ decimos ‘te
quiero y…’ o ‘te quiero pero…’ y pasamos por encima de las palabras como por
una alfombra de cenizas aún ardiendo.
Puede que no sea bueno pensar en
estas cosas y me esté mordiendo las manos. No me hagas mucho caso, que a veces
desvarío. O eso dicen. Será que ven que me hallo sentado encima de una torre de
papeles arrugados escritos por mí, y que cada vez que termino uno, lo sumo a la
montaña y me siento unas micras más lejos del suelo.