El otro día se acerca y me dice:
—Tío, cuando yo tenga cuatrocientos años, ¿me seguirás
llevando a dar de comer a los patos?
Yo la miro y me pregunto quién será el que le diga que eso
es imposible, que nadie vive tanto y que aunque para ella aún quede mucho,
después del diez va el once.
Desde entonces me asalta una pregunta:
¿Sabernos mortales nos hace mortales?
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